Cuando una rebusca entre los autores de distintas épocas cómo se celebraba el Primer Viernes de Mayo y cómo lo han reflejado ellos, siempre llama la atención que, nuestra fiesta, en su esencia, se mantiene inamovible a lo largo de los tiempos. Hombre, lógicamente,  se aprecian las diferencias en el lenguaje y en la forma de escribir, tan distinta a la que tenemos en el siglo XXI, pero los hechos importantes de esta fiesta, la exaltación de la figura del Conde Aznar, el valor de las mujeres jaquesas (a las que el padre capuchino Ramón de Huesca proclama valeroso ejército de amazonas), la tradición de peregrinar todos los años a la ermita de la Victoria, la unión del cabildo civil y religioso y la figura del síndico, se mantienen inalterables y eso es, precisamente, lo que hace cada año más grande nuestra celebración de la Victoria.

Y para poder comprobar este punto, traigo a estas páginas el relato que Fray Ramón de Huesca en 1802 hace de la tradición del Primer Viernes de Mayo en su célebre obra Teatro Histórico de las Iglesias del Reyno de Aragón (tomo VIII):

“Conociendo los moros la suma importancia de la plaza que habían perdido, juntaron en el año siguiente un exército de 90.000 hombres, y subieron por la Canal de Aragón para sitiarla. El valeroso conde D. Aznar salió con la gente que pudo recoger de la ciudad y sus montañas á recibirlos y darles la batalla en el confluente de los ríos Aragón y Gas, que dista media legua de la Ciudad de Jaca.

Las mugeres que quedaron en ella, impacientes del éxito, y alentadas con ánimo varonil, prefiriendo una muerte gloriosa á una esclavitud infame salieron armadas y en orden de batalla á vencer ó morir con sus padres, hijos y maridos. En el mayor conflicto de la pelea comenzó a desfilar el valeroso exército de amazonas por la cuesta en que está el Santuario de Nuestra Señora de la Victoria á la vista del campo de batalla. Su presencia infundó valor en los christianos y desaliento en los moros, los quales creyendo que eran algún exército de reserva, sorprendidos del pavor, se entregaron á la fuga. La victoria fue completa, porque perecieron casi todos los infieles, unos á manos de los nuestros, y otros ahogados en el río, que por ser el mes de Mayo en que se liquan las nueves, venía muy alto. Entre los muertos se hallaron cuatro adalides ó régulos, cuyas cabezas puestas en los blancos mirando todas a la cruz de Sobrabe tomó la ciudad por escudo de armas.

En la ciudad de Jaca y su comarca se conserva tan viva la tradición de estos sucesos como si acabaran de suceder. El campo de batalla se ha llamado siempre de las Tiendas por las que sentaron allí los moros. […] En lo alto de la cuesta donde comenzó á descubrirse el esquadron de las mugeres hay una Iglesia de Nuestra Señora con el título de la Victoria, que se cree fundada desde aquellos tiempos, en cuyo retablo y paredes está historiado de pinturas antiquísimas el suceso y también está escrito en una tabla que se ha renovado estos años.

El primer viernes de mayo en que según la tradición sucedió la Victoria, es fiesta muy solemne en Jaca por voto público, de cuyo principio no hay memoria ni la había en los siglos pasados. Los cabildos eclesiástico y secular acompañados de todo el pueblo van este día en procesión á la Iglesia de Nuestra Señora de la Victoria a dar gracias á Dios y á la Santísima Virgen por tan singular beneficio. […] Precede á la procesión un esquadron de hombres armados que ese día cobran sueldo del erario público; y uno de los Regidores de la ciudad vestido con gramalla de seda carmesí lleva el Estandarte con las armas de Jaca, que rodea este mote bordado en letras de oro: Christus vincit, christus imperta. Christus regnat, christus ab ovni malo nos defendat.

En algunos años para representar más al vivo la acción se forman 2 exércitos, uno de Christianos, y otro de moros, se dan la batalla en el sitio que sucedió la que representan, viene de la ciudad otro esquadron de hombres vestidos de mugeres, á cuya vista comienzan á desconcertarse y huir los moros: los christianos siguen su alcance, dexan á muchos tendidos sobre tendidos sobre el campo de batalla, aprisionan á otros, y los llevan cautivos á la ciudad con demostraciones de triunfo.»

A excepción de este último párrafo sobre la teatralización de la lucha entre los ejércitos musulmanes y los cristianos que, afortunadamente ya no se representa, el resto del texto podía haberse escrito en pleno siglo XXI pues la Hermandad y el pueblo de Jaca han sabido conservar la esencia de la fiesta e, incluso, mejorarla, cambiando en nuestro subconsciente una legendaria batalla entre moros y cristianos, por conceptos tan importantes para la sociedad como la unión del pueblo, el orgullo de sentirse jaqués y la libertad a la sombra de nuestro querido Monte Oroel.

Belén Luque